domingo, 1 de junio de 2014

Simplemente Ella

Última entrada del taller de literatura por parón vacacional.
Esta escena obligaba a que aparecieran las palabras circo y beso. Además proponía el reto de escribir sin adjetivos calificativos, reto aceptado... Aunque finalmente he decidido adaptarlo para embellecer el texto incluyéndolos.
¡Feliz lectura!

Simplemente Ella:

La amaba tanto que tuve que marcharme para comprenderlo.

El día que cogí el avión para embarcarme en mi aventura, no era del todo consciente de cuánto iba a añorarla, a ella y a sus costumbres, aunque algunas las mantuviera.
Han pasado los años y sigo buscando su olor, su sonido. Sigo sorprendiéndome a menudo pensando en ella, en su ritmo, mi ritmo, el que llevábamos cuando estábamos juntos.
En la distancia, todavía la siento bullendo como parte de mí.

He caminado por las calles de mi hogar mientras la busco entre las gentes, en los autobuses, en el metro, en las tiendas y en los bares. Nunca la encuentro porque, aunque yo me haya trasladado, aunque haya evolucionado, ella no lo hará. Permanecerá en el mismo lugar de siempre, esperándome a mí, y a cualquier otro, con los brazos abiertos de par en par.

Mis costumbres, las nuestras, me han acompañado en cada paso. He buscado sus atardeceres, sus parques y praderas por donde he caminado, pero he fracasado en el intento.
Durante las noches nada cambia.  Diferentes costumbres. Diferentes personas viviendo su propio circo y yo sólo consigo recordar el mío, el que montaba bajo su atenta mirada desde Alcalá a Cibeles, de Moncloa hasta Gran Vía. El que llenábamos con las risas de nuestros amigos mientras nosotros sonreíamos también.

El cielo que me alumbra esta noche es el mismo que lo ha hecho durante los últimos años, pero no brilla de la misma forma que lo hacía cuando estaba con ella. Ella lo hacía diferente, no he hallado atardecer que pueda comparar con los contemplados en el Templo de Debod.
La he sentido admirarme aunque no tanto como yo a ella.

Todo fue tan precipitado que apenas tuvimos tiempo para despedirnos, quise llevarla conmigo, pero no tenía espacio en la maleta.

La recuerdo siempre con una sonrisa. Para mí fue la mejor y, aun así, necesitaba saber si era desconocimiento sobre las demás lo que la hacía ser lo que era o si realmente era la mejor; me marché para ver mundo.

No diré que fuera un error, toda acción provoca una reacción y mi viaje sólo concluyó lo que yo ya sospechaba.
Muchos creen que un hogar es sólo lo que el hombre construye o transforma, embelleciendo o amoldándolo a sus necesidades.
Otros creen que un hogar son las personas que lo habitan. 
Yo sé que ella es mi hogar, podemos separarnos durante días, tal vez años, pero sé que ella seguirá esperando mi regreso igual que lo espero yo.

Antes de marcharme sabía que ella estaba en mí y en cuántos me rodeaban. Sabía que era completamente imposible atraparla o describirla.
Ya con anterioridad poetas, cantantes y escritores lo han intentado con mayor o menor éxito. Incluso algunos pintores han tratado capturar su esencia, pero ella sigue allí, enamorando a quienes la visitan.

Mañana cogeré un avión que me llevará con ella. Sé que no me ha echado de menos, sé que ha estado entretenida viendo el ir y venir de los transeúntes que pisan sus calles, que admiran sus edificios y se divierten en sus parques. Sé que, igual que fue testigo de mi primer beso, lo está siendo de tantos otros.
Así es ella, guarda la calma y el bullicio en sus calles, las promesas de amor y las celebraciones de los aficionados a cualquier deporte. Es cómplice de las risas de jóvenes y adultos.
Con todo dicho, soy consciente de que esto es sólo una pincelada de lo que Madrid, mi Madrid y la de cuántos la visiten, es:
Para unos, la que construyeron los hombres, para otros las personas que la habitan.
¿Para mí? 
Para mí, mi amor.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Adicción

Entrada del taller de literatura del mes de Abril.  Las claves de este relato eran la expresión: se acabó el juego y tenía que aparecer un castillo. Aquí lo dejo, ya me diréis.

ADICCIÓN

Hablaron el orgullo y el hastío. La conversación quedó vacía de sentimientos reales. Dejamos que todo se perdiera en el silencioso océano que bañaba los cimientos del castillo.

Quizá fue solo por mí, quizá fue sólo por ti, quizá fue por los dos, pero, de todos modos, fue.

El tiempo vino, llegó y se marchó, como las flores; como las estaciones. Y el silencio amplió lo que, al inicio, solo era una sencilla diferencia.

No descubro nada nuevo al certificar que éramos como las rocas y el mar que a menudo golpea con violencia, con pasión, el acantilado del castillo. Una historia que se repite siempre con el mismo final; olas rotas y aludes de rocas que acaban en el mismo mar que las arrancó de su lugar.
Me sacaste de mi monotonía y te convertiste en el chocolate del goloso, en alcohol del borracho, en las pastillas del adicto. En todo lo que necesitas para vivir, por mucho que engorde, te dañe o te mate.

Fuimos conscientes de que jugábamos a un juego peligroso demasiado tarde. Era yo quien acudía en tu auxilio durante las noches en las que solo hallabas consuelo en el fondo de una copa de vino. Eras tú quien se presentaba diez minutos después de descolgar el teléfono.
Siempre con una sonrisa, un abrazo y una falda demasiado corta. Siempre con una conversación agradable y un extraño punto de vista que hacía tambalear mis propios principios. Lejos de alejarme, creabas en mí una adicción. No dejaba de pensar en tu cuerpo y, sobre ello, no dejaba de idear diferentes caminos para descifrar el funcionamiento exacto de tu mente. Eras ese puzle que necesitaba resolver para seguir viviendo.

No recuerdo el momento exacto en el que se acabó el juego, en el que el misterio se volvió contra nosotros. No he descubierto cuando ocurrió, sólo que ocurrió.

Como todo adicto, necesitaba mi rehabilitación. Intenté que me ayudaras, intenté que me comprendieras, intenté salvar los muebles, pero el castillo ya estaba en ruinas.

Hablábamos, hablábamos y volvíamos a hablar. Cambiábamos de escenario, de escaparate, pero tras el cristal siempre había un dulce, una copa de vino o bote de pastillas. Tras el cristal siempre estabas tú. Tras el cristal siempre estaba yo. Una mezcla que no había sido diseñada para convivir en el mismo tiempo.
Necesitábamos ese tiempo y ese espacio y, sin darnos cuenta, intentábamos evitar lo inevitable. Conseguimos aplazar ese espacio, le robamos al Tiempo algunos meses.

Hasta que ese día llegó. Hablaron el orgullo y el hastío. Hablaron de sentimientos horribles en una medida que no albergábamos. Dejamos que el inmenso océano que bañaba el castillo que habíamos construido por accidente, nos cubriera con su silencio y acabara con nosotros.

domingo, 4 de mayo de 2014

La magia existe

La magia existe:

Habita dentro de unos seres muy especiales que todos conocemos. Les llamamos de diferentes formas, pero todos los nombres tienen el mismo significado. Algunos conoceréis a estos mágicos seres bajo el nombre de madre, mamá o, tal vez, mami en esos momentos en los que necesitas ese cariño que sólo ella es capaz de sacar de la magia que habita en su interior. Otras veces será la loca de tu madre o tu vieja, pero no por ello dejará de hacer su magia para conseguirte lo mejor, aunque tal vez en ese momento no seas capaz de verlo.
Su magia no estás sólo en curarte las heridas con un beso. Se halla en preguntarte mil veces si estás bien, si has comido lo suficiente y si cogiste el jersey antes de salir de casa. Va a avergonzarte frente a tus amigos para contarles las cucadas que hacías cuando eras un bebé y, si se lo permites, probablemente saque del armario aquellas fotos que te hacía con su cámara de 35mm.
Pondrá caras extrañas cuando le hables de wifi, paquetes de datos y whatsapp y hará lo imposible por aprenderlo para sentirse más cerca de los suyos y hacerte llegar su calor, su magia, por cuántos caminos conozca. Incluida esa cuenta en facebook; algo de lo que había oído hablar, pero renegaba, hasta que fue completamente necesario para escribir comentarios que en algún momento te sacarán los colores. No es mi caso; aún.
Sé por qué lo hace y cómo lo hace. Lo hace con todo el cariño, con toda la magia que es capaz de albergar el pecho de una madre; el mismo que te resguardó de cuántos males sufriste.
Ella se nutre de esa magia para enseñarte cuánto sabe y darte la oportunidad de aprender lo que ella desconoce, dejándose la piel en el intento. Cada madre es única y lo hace de la mejor forma que sabe, dejándose el alma para mostrarte el camino, la forma de levantarte tras el tropezón, la sonrisa tras encajar el golpe.

A veces somos capaces de apreciarlo y a veces no, pero siempre hay una lección que aprender: Darle valor a los pequeños detalles y enseñar a hacerlo. Valorar a las personas; todas tienen un valor especial, todas merecen una oportunidad, algunas incluso dos.
Son muchas las lecciones aprendidas y aún más las enseñadas. Sin embargo, todas llevan algo de esa magia, ese amor y esa paciencia que sólo ella tiene.

Hoy quiero felicitar a la mía y sobre todo agradecerle los besos y los abrazos de buenas noches tanto como los de "medias noches", cuando los monstruos irrumpían mis sueños. Por apoyarme al tomar cualquier decisión, aunque ya supieras que era la errónea. También por ayudarme a tomar aquellas otras que, sin ti, nunca hubiera tomado.
Gracias por darme amor cuando tenía desamor. Por enseñarme a caminar, a hablar, a leer y a escribir. Gracias por inculcarme tu pasión por los libros; sin ella no sería la misma persona.

Mamá:
Siempre me hará falta un jersey más, no dejes de repetírmelo.
Siempre tendré cuidado cuando salga por ahí, pero sigue recordándomelo.
Mi pelo siempre tendrá vida propia, pero sigue intentándolo, aunque yo me siga resistiendo.
Mi rostro siempre tendrá manchas, pero sigue aconsejándome sobre cremas, en un mundo desconocido para mí.
Gracias por tus "Silvia come", sin ellos no tendría nada que reprocharte.
GRACIAS.
Gracias, sobre todo, por ilustrarme cómo mirar de frente, hacia delante, con ilusión y no con miedo. Por explicarme, y demostrarme, que se duerme mejor cuando las cosas están bien hechas. Por enseñarme a vivir con la conciencia tranquila.
Gracias por dejarme errar y no ser condescendiente ni decir: "te lo advertí". Gracias por no desfallecer en el intento.

Gracias porque sin ti nunca hubiera aprendido que cualquier estado de bienestar se alcanza a través del sacrificio. Sin ti no hubiera comprendido que ningún lugar está lejos.
Mamá: Gracias por tu magia, por tu talento especial como madre. Por saber ser madre y amiga.

No lo olvides: Has sido, eres y siempre serás, la más guapa, la más cariñosa y la mejor madre del mundo mundial. ¡¡¡FELIZ DIA!!!

miércoles, 26 de marzo de 2014

Escena del taller de literatura:

En realidad, el texto es de Diciembre... De cuando prometí colgarlo, pero hasta hoy no ha sido posible.
Espero que os guste; para esta ocasión los requisitos eran que apareciera un personaje supersticioso y las palabras escritor, candado y trece.

Disfrutad de la lectura!!

Viernes 13 de Diciembre del 2013, reconozco que no es el mejor día para navegar desde Mallorca hasta Barcelona, pero no me ha quedado más remedio.
Todo empezó cuando, hace dos días, mi amiga Miriam me llamó para decirme que Constanza tenía una exposición en Barcelona. Llevamos más tiempo del que me gustaría admitir sin poder coincidir.
Las tres crecimos juntas corriendo por las calles de Sóller, en nuestro Mallorca natal. Durante la infancia corríamos y saltábamos por la misma calle. En la adolescencia, esa misma calle fue testigo de nuestras idas y venidas; cómplice de los secretos que nos contábamos antes de regresar a casa. Hasta que cumplimos los dieciocho.
Hicimos las maletas y nos separamos de nuestras familias, rumbo a Madrid; a estudiar. Al menos lo haríamos juntas pues alquilamos un mismo piso con tres habitaciones.
Recuerdo los días de universidad con gran nostalgia. Debíamos estudiar y aprobar nuestros exámenes; encontrar la información que nos permitiera alcanzar la perfección de nuestros proyectos y, como buenas estudiantes, lo dejábamos todo para última hora. Eso sí, nunca olvidaré las risas que siempre llenaban, la que acabamos denominando, “La casa de las alegrías”.
Constanza comenzó a estudiar fotografía y a Miriam y a mí nos encantaba ser sus modelos. Miriam por su parte estudió química, todos los días llegaba hablando maravillas de la belleza que había en el caos. De las estructuras en las que se organizaban los pequeños átomos para dar lugar a verdaderas obras de arte.
Un día llegó con una fotografía TEM de unos cristales de Óxido de Zinc y la pegamos en la nevera como si fuera su ecografía, su pequeño bebé.
Si Sóller había sido escenario de nuestra infancia y nuestra adolescencia, Madrid se había convertido en testigo de nuestras universitarias vidas aunque, poco a poco, nuestros caminos empezaron a separarse.

Miro el reloj, he de darme prisa. Sus imparables manecillas me avisan de que me quedan exactamente trece minutos para zarpar. Me obligo a recordarme que ser supersticiosa trae mala suerte y palpo la maleta a mi lado. Todo está en orden.
A través de la ventanilla del taxi veo el oscuro día que amenaza con lluvia, tendré una interesante y ajetreada travesía, aunque espero que el barco me lleve a mi destino. He de llegar, sea como sea. Miriam y Constanza me estarán esperando.

No será la primera vez que dos de nosotras esperemos a la tercera. Miriam fue la primera en abandonar “La casa de las alegrías”. La pasión que ponía a cada uno de sus proyectos, la llevó de conferencias, una detrás de otra, por medio mundo. Sin embargo, al volver a Madrid, siempre encontraba algo que no podía llevarse en la maleta; dos amigas con un cartel de bienvenida. Hace ya un año que terminó sus estudios y se mudó a otra ciudad a la que no pudimos acompañarla. Fueron días difíciles, duros, para todas nosotras.
Las fotos de Constanza nunca volvieron a ser iguales, aunque en muchos aspectos mejoraran. Un día me dijo que se iba, que necesitaba conocer más mundo, capturar los momentos intensos de otras vidas, de otras costumbres, de otros lugares. Y así, en menos de tres meses me quedé sola en Madrid.

Al fin estoy en el barco, sentada, con la maleta a mi izquierda, acariciando inconscientemente las cremalleras. Miro de soslayo el candado que las mantiene cerradas. 007. No es una combinación difícil, pero es el número de la buena suerte.
Pese a todo, la melancolía no es uno de los sentimientos que guardo en mi maleta. Viajo desde Sóller por pura coincidencia. Estaba de visita, tras un año de soledad, cuando recibí la llamada de Miriam. Dudé durante varios minutos y terminé colgando sin haber decidido nada. Exactamente trece minutos después, Constanza llamó para seguir insistiendo. No eran las fechas del viaje, ni el simbolismo de los números. En Barcelona había algo que yo tenía que hacer; no sólo ver a mis amigas.

Me aferro a la maleta con fuerza. En ella viajan conmigo una nerviosa incertidumbre, la llameante pasión y la vibrante ilusión. Conmigo viajan, rumbo a la editorial, los trescientos trece folios de aventuras; mi primera novela.
Sonrío olvidando el horrible clima y el día que es mientras veo a mis amigas saludándome emocionadas desde el puerto de Barcelona. Las palabras de Polly Alder resuenan como el eco en mi cabeza: “No era el título universitario el que hacía al escritor, sino el tener una historia que contar”.
Y yo tenía muchas.

viernes, 21 de marzo de 2014

la biblioteca escocesa, esa gran desconocida

Sabeis que??
Que en los teclados de los ordenadores de las bibliotecas de Escocia no existen las tildes ni los signos de apertura de las interrogaciones, asi que espero poder escribir desde aqui algunas de las cronicas de esta madrilenia (obviamente tp iba a haber enies no?) por Escocia.

Lo primero de todo, se ha caido el Wifi y por eso mi querido portatil sirve para nada aqui.
Lo Segundo, darle un cariniosisimo recuerdo a mi amigo Dani, contigo el Word adquiere otro valor.

Estaba completamente dispuesta a escribir el prologo de mi proximo relato y prometeros que esta vez seria muchisimo mas corto que Dayanisia, pero tp va a ser posible.

Para aquellos que os pregunteis porque, os respondo, para los que no, saltaros este parrafo:

Son las 18.18 (las 19.18 en nuestra querida tierra) y aqui, un sitio muy elegante y segun el resto de espanioles mucho mas civilizado y avanzado que nuestro pais, el wifi de la biblioteca se acaba a las 18.30, razon por la que obviamente no me da tiempo a escribir mi prologo.

Deberiais leer el parrafo anterior, mola.

Entre el wifi que no va en mi portatil (muy de la Europa del siglo XXI) y que esto se me corta en 8 minutos, me temo, mis queridos compatriotas que la entrada de hoy se va a quedar aqui.

Mis queridos lectores del mundo mundial, que no os timen (buscando sinonimos de palabras que se escriben con enie como enganiar), nunca fui la mas patriota de todas. Nunca presumi de que mi pais fuera nada del otro mundo... pero los que aun manteneis la supremacia de Europa, con sus salarios y su calidad de vida... Veniros para aca y mostradme (porque enseniarme no podeis escribirlo) los secretos que yo no hallo.

Normal que la gente flipe aqui con nosotros, es que para nosotros los dias si tienen 24horas.

Os dejo que en 4 minutos se me cuelga internet. Millones de besos a todos, en especial a mi amiguisimo Dani, mi word; que no mi world

Millones de besos para todos.

martes, 29 de octubre de 2013

ESCENA 11

Finalmente han llegado las críticas al relato que mandé al taller de escritura de literautas.
Aquí lo pongo casi tal cual. He decidido tener en cuenta la mayor parte de las críticas y modificarlo ligeramente.

Hay una cosa que me ha llamado la atención. Lo que unos tachan de innecesario, otros lo agradecen. ¿Qué opináis de la mención a la serie blanca del Barco de Vapor?

DONDE NACEN LOS LIBROS

Decidí visitar a la bruja cuando él me lo preguntó. Habían pasado más de veinte años desde que ella entrara en mi vida con el mayor de los sigilos.
Ella fue la responsable de mi amor por los libros. La primera cosa que recuerdo haber amado por mí mismo es la lectura.
Era la mañana del seis de enero, de no importa qué año. Desenvolví mi primer libro; pertenecía a la colección blanca del Barco de Vapor. Aquel regalo no estaba en mi lista. Recuerdo mirar a mi madre con el desconcierto que aquello suponía y escucharle decir que ellos ya sabían que ese curso estaba aprendiendo a leer.
- Mamá, ¿dónde nacen los libros?
- De la magia –me respondió sin titubear.
Sonreí satisfecho ante tal respuesta y, tras desenvolver el resto de regalos, volví a él.
Aquella lectura me costó un mundo, pero desde entonces un libro me acompaña; en mis viajes, en mis esperas, en mi tiempo libre.
Todas las mañanas del seis de enero desde aquella, esperaba ese regalo con su singular forma. Con los años crecía su número de páginas, al igual que lo hacía yo. La lectura se había convertido para mí en una compañera cuando sólo tenía doce años y volví a hacerle la misma pregunta a mi madre. Esta vez quería una respuesta de verdad. Sabía lo suficiente como para no creer en brujería. Mi madre me sonrió, me dijo que era la magia de los libros y la miré con fastidio consiguiendo que se enfadara, porque yo no creía en eso.
Al día siguiente me llevó por las calles de la ciudad, recuerdo que llovía y que un gran paraguas rosa nos cubría a ambos; recuerdo sentir que el rosa era un color de chicas. También estaba enfadado por el misterio que mi madre le estaba dando a toda aquella historia. Solo le había pedido una respuesta en la que, al menos en mi mente, no estaba incluida una enigmática excursión por la ciudad.
Llovía y hacía frío. Tenía que esforzarme por mantener el ritmo de mi madre y debajo del paraguas al mismo tiempo. Era una carrera de obstáculos que no acababa nunca. Entonces ella se detuvo delante de una puerta pintarrajeada por algún gamberro; parecía la puerta trasera de algún tugurio de mala muerte. Sentí como crecían en mi pecho el miedo, el rechazo y la ansiedad. Noté como ésta era vencida por la tranquilidad, el rechazo por la atracción y el miedo por la curiosidad.
Mi madre golpeó tres veces la puerta y se abrió. Si quedaba algo de miedo en mi interior se desvaneció por completo. La estancia en la que entramos estaba iluminada con una cálida y acogedora luz y solo vi un mueble; un mostrador enorme delante de una diminuta puerta por la que salía una diminuta mujer.
- Ella es la bruja.
Estaba tan estupefacto que mi madre se había arrodillado y me había susurrado sin que apenas me percatase. Me tomó de la mano y me llevó ante ella mientras contemplaba que todas las paredes de aquella estancia, con un techo de casi cinco metros, estaban cubiertas por estanterías que debían sostener cientos o, incluso, miles de libros.
La bruja acunó mi mano derecha entre las suyas, me miró con sus ojos velados y me sonrió. Sabía lo que quería, sabía lo que necesitaba mejor de lo que yo mismo podía comprender.
Se dio la vuelta farfullando algo y de una de las estanterías cayó un libro. La mujer lo atrapó antes de que golpeara el suelo y lo puso sobre el mostrador ofreciéndomelo. Me quedé boquiabierto sin poder decidir cuánto había de casualidad en aquel incidente.
Iba a abonar un libro del que ni siquiera había leído el título, pero la mujer me detuvo. Nunca olvidé lo que me dijo.
- Nunca digas que la magia no existe. Ella vive en tu interior y palpita en cada página leída o aún por leer, escrita o aún por escribir. Son las palabras las que nos definen. De sus personajes nos nutrimos, así absorbemos sus experiencias. Aquí tu dinero no sirve, se paga con la palabra; tu palabra. Sólo revelarás este lugar una vez en tu vida. Elige bien a quién dejas este legado.
Aquel libro, como todos los que recogí allí, se convirtió en mi amigo, mi refugio. Su historia me atrapó trasladándome a otro mundo.
Ayer mi hijo me hizo una pregunta.
«Papá, ¿de dónde vienen los libros?».

sábado, 14 de septiembre de 2013

El gorrión

 Había una vez un joven y pequeño gorrión. Desde que saliera del huevo, se había comportado como un gorrión, había crecido como un gorrión y había ido a la escuela con los demás gorriones, tratando a sus vecinos como lo hubiera hecho un buen gorrión.
Con el tiempo, se convirtió en un buen gorrión, consiguiendo formar parte de la comunidad de gorriones. Siempre había sido un buen pajarito, uno alegre y cantarín, aunque nunca el mejor pájaro cantor. De hecho, lo hacía bastante mal. Era un gorrión que no sabía cantar, pero lo hacía sin importarle quien estuviera escuchando.  Hasta que encontró un lugar en el jardín que donde había respirado por primera vez. Encontró una rutina; despertarse con la primera luz, descender hasta el suelo en busca de alimento, buscar ramitas y acurrucarse con el ocaso.
Así trascurría un día tras otro día, tras otro día hasta que el gorrión vio otras aves cantoras detrás de unos finos y blancos barrotes.


«¿Por qué cantan esas aves atrapadas en su prisión?»

Sin embargo, aquella pregunta le llevó a otra: ¿Cuánto tiempo llevaba el pequeño gorrión sin cantar? Y esa segunda pregunta le llevó a una tercera: ¿Por qué no cantaba? Y aquella a una cuarta, pero no menos importante.

«¿Era cierto que solo existían las prisiones con barrotes?»


Aquel día el gorrión no quiso preguntarse nada más. Soltó la rama que aun sostenía en su pico, desplegó sus alas y echó a volar. Voló durante horas, durante más tiempo del que jamás había intentado volar. Sin rumbo, sin destino, sin la certeza de lo que encontraría en su camino. Sólo cuando se detuvo, dejando atrás la tristeza que le producía haber dejado atrás el que había sido su hogar, comprendió que eso era lo que había querido siempre. Sólo entonces se sintió libre, solo entonces volvió a cantar.